Fue en 1906 cuando el derramamiento más grande en la historia de los Estados Unidos de América tuvo lugar. Ocurrió en la ciudad de Los Ángeles, California, dirigido por el predicador Afro-americano, William Joseph Seymour. Él aprendió sobre el bautismo en el Espíritu Santo, y el hablar en otras lenguas como su evidencia, en la escuela que conducía Parham en Houston, Texas. Lo rechazaron cuando comenzó a predicar acerca del Espíritu Santo, además de ser criticado y asediado por el tipo de exposición que hacía de la Palabra de Dios.Fue prácticamente expulsado de la ciudad de Houston, y entonces se dirigió a Los Ángeles, donde al poco tiempo tuvo lugar la experiencia tan esperada y anhelada por su corazón.
Lo que más me llama la atención, y contrista mi alma y espíritu, es pensar que Houston, ciudad donde resido actualmente, podría haber sido la receptora y protagonista del más grande mover de Dios que tuvo lugar en estas tierras. Hoy, la sequía espiritual alcanza el más alto porcentaje de las iglesias que aquí trabajan. Es menester regresar al corazón de este humilde hombre negro apasionado por la convicción de que Dios era capaz de hacerlo, y persiguió este anhelo hasta encontrarlo.
En lo que a mí respecta, no tengo la menor duda en mi corazón para creer que Dios puede volver a hacerlo. Hoy más que nunca necesitamos clamar a Dios que nos perdone por haberle rechazado, que perdone a nuestra ciudad, a nuestros abuelos y padres que no entendieron que Él quería refrescar la tierra con su gloria, enviándolo fuera a otra ciudad donde sí tuvo el espacio y el lugar para derramar su poder.
Dispongamos nuestras vidas para estudiar juntos el efecto que se produce en una vida, sociedad, ciudad y nación que le da al Espíritu Santo el lugar que se merece. Analicemos juntos lo siguiente: ¿Qué manifestaciones del Espíritu Santo hubo en este avivamiento?
Gritaron en agonía. Hubo arrepentimiento profundo. Lloraron con remordimiento. Hubo gozo del Espíritu Santo en ellos. La gente estaba en éxtasis por la cercanía de Dios. Los servicios de oración estaban llenos de gente desde las primeras horas de la mañana, ya que no podían dormir debido a la presencia de Dios sobre ellos. La gente gritaba: «¡Estoy muriendo!», por el peso del Calvario sobre el alma. Había entusiasmo desbordado. La oración y la alabanza continuaban por horas, prologándose hasta la mañana siguiente.
La nube de gloria reposaba sobre las reuniones.
La gente que venía de lugares lejanos no querían regresarse, debido a la gloria de Dios que estaba ahí. Los comercios de alimentos se vaciaban porque la gente que había venido de largas distancias determinaba que no volvería a sus hogares; habían experimentado la gloria de Dios y no la iban a dejar. Hubo una explosión de adoración, oración y alabanza, alcanzando cimas espirituales increíbles. La gente comenzó a profetizar. Muchos abandonaron el alcoholismo; las bebidas quedaron intactas en las tabernas cuando la convicción y el temor de Dios vinieron sobre ellos. Ola tras ola del Espíritu Santo afectó a la sociedad; el tema de la gente en la calle era Dios. Las apuestas y la obsesión por el juego prácticamente desaparecieron.
En esta visitación, a nadie pareció interesarle las distracciones del deporte o los entretenimientos de su tiempo, porque la gente ahora estaba apasionada por el Señor. Dicen los historiadores que fue como si, al parecer, la nación hubiera sido convertida en un día, y no sólo convertida sino transformada. Las cartas que se enviaban unos a otros parecían llevar la presencia misma del Señor. Cuando eran leídas por inconversos, estos se salvaban y empezaba un mover del Espíritu Santo también en ellos.
La gente caía al piso tocada por el Espíritu Santo y les temblaba todo el cuerpo por la presencia de la gloria de Dios. Todos los esquemas y patrones instaurados por el hombre en la iglesia fueron derribados, al igual que fueron borrados todos los principios de crecimiento de la iglesia, y todo debido a la presencia del Espíritu Santo.
La santidad y la obediencia fueron enfatizadas, deseando siempre levantar y darle gloria al nombre de Jesús. Había impulsos del Espíritu Santo que hacían que miles de personas se levantaran al unísono para adorar espontáneamente con cánticos nuevos. Hubo ocasiones en que la gloria de Dios brillaba con tanta intensidad sobre el púlpito, que los predicadores huían de él o caían vencidos totalmente. Otros no soportaban el resplandor de la gloria de Dios que venía sobre las reuniones.
Había muchos grupos de oración o de estudio bíblico en diferentes partes de la ciudad, y la gente salía a la calle al mismo tiempo para cantar o entonar alabanzas como si fuera dirigida por un director invisible, hasta la madrugada. Los periódicos, en lugar de publicar malas noticias, empezaron a relatar lo que ocurría en las reuniones. La multitud caía simultáneamente de rodillas y permanecía así hasta por dos horas. En algunos lugares, los ministros de capillas intercambiaban sus púlpitos con la idea de romper el denominacionalismo.
La influencia del Espíritu era a veces tan poderosa que hombres fuertes palidecían y temblaban ante Su presencia. Había efectos tan abrumadores sobre hombres y mujeres que a veces se deshacían en profundo llanto y sollozo. En algunas ocasiones, pecadores tremendos cayeron al suelo golpeándose el pecho. Algunos expresaban: “La gente se ha vuelto loca por la religión.” Había espontaneidad en todo, así como un “desorden” divino. Las reuniones políticas fueron pospuestas porque los miembros del parlamento estaban en las reuniones de avivamiento.Tuve el privilegio de ver algunas manifestaciones del Espíritu Santo en este tiempo, mismas que se asemejan a lo acontecido en la calle Azuza.