Cuando Dios me enseñó esto comprendí muchos conceptos que conforman la vida de santificación de una persona que tiene hambre de Dios.
El lugar de la presencia de Dios en el pasado estaba sujeto a un tabernáculo, una tienda o templo repleto de simbolismos que indicaban al hombre cómo acercarse a Dios. Ahora, en 2 Corintios 6:16-17 dice claramente que nosotros somos templo del Espíritu Santo y ya no necesitamos un tabernáculo, pues ahora Dios habita en nosotros. El texto nos deja ver tres puntos importantes: 1) Soy templo de Dios; 2) Debo apartarme de lo inmundo; 3) Dios tiene planes de habitar en mí.
La capacidad que Dios nos ha dado para llegar delante de Él con toda la facultad de que Él habite en nosotros con toda su plenitud, se opaca cuando surge la siguiente pregunta: ¿por qué no vivimos como habitación suya todo el tiempo de nuestra vida? ¿Será que la gracia otorgada nos da la capacidad de ser libres para ya no preocuparnos en presentarnos delante de Él?, o ¿será una falsa interpretación de la gracia? En mi opinión, la gracia, más allá de ser un medio para libertarnos de la Ley, es la capacidad de ser santos y vivir como Dios quiere que vivamos.
El Propósito de Dios siempre fue habitar entre su Pueblo (Levítico 26: 11-12; 2 Corintios 6:16; Hageo 1:4-5). Es importante destacar que el corazón de Dios siempre estuvo en habitar entre su pueblo. Él diseñó al hombre para tener una estrecha comunión con Él. El deseo del corazón de Dios fue siempre mantener una estrecha amistad con su creación, por eso cada vez que encontró la oportunidad declaró a algunos como su amigo. Lo hizo con Abraham, Enoc, David, Moisés, hombres con quienes desarrolló un compañerismo con propósito (diría Rick Warren), el de manifestar su poder y presencia entre su pueblo.
Dios lo preparó todo desde el comienzo, siempre buscando la manera de venir con su gloria a nuestras vidas. Aquí vemos una vez más a Dios pensando en darnos lo inmerecido; en su profundo amor el pensó en establecer su presencia en medio de su iglesia hoy. Al adoptarnos como pueblo suyo nos dio el privilegio de habitar donde Él está.
El Sacerdocio Legado se ve reflejado en las palabras de Pedro: “Mas vosotros sois real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anuncies las virtudes de aquel que os llamo de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). La obra de Jesús en la cruz quitó la esperanza de llegar a serlo y puso la certeza de lo que ahora somos, “Sacerdotes por legacía”.
La iglesia del Señor hoy no puede estar ajena al deseo del corazón de Dios. Todo aquel que trabaje para recibir lo que Dios está dispuesto a darle, sin lugar a dudas lo recibirá. Ya todo está hecho. El precio que debemos pagar lo hablaremos en el próximo capítulo. Cuando estamos determinados a que Él venga entre nosotros el corazón de Dios se llena de emoción al vernos regresar al propósito original de su pensamiento. Dios quiere habitar en medio nuestro.
El lugar donde la iglesia es transformada y se hace poderosa para la conquista es la presencia de Dios, con el fin de convertirse en portadora de esa Presencia Manifiesta. Podríamos darle muchos sinónimos, podríamos llamarla: Unción, Gloria, Poder, Señales, Avivamiento, etc. Lo cierto es que para ser portadores debemos estar dispuesto a someternos a ella y a dejar que nos cambie. Es imposible que alguien este expuesto a la presencia de Dios y siga siendo el mismo. Un instante en el resplandor de su gloria y todo cambia, sino preguntémosle a Saulo de Tarso, o a Isaías cuando vio la gloria de Dios en el templo siendo hombre inmundo de labios. Algo le sucedió a este hombre que lo convirtió en el más grande profeta mesiánico que tuvo Israel, y a quien le fueron otorgadas revelaciones únicas luego de exponerse a la gloria de Dios.